La Residencia de la abuela de Bruno

Por 4 diciembre, 2018mayo 9th, 2019Relatos
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Tiene cuatro años, se llama Bruno, es un niño muy curioso por lo que es peligroso dejarle cerca de objetos con los que pueda dañarse.

Bruno y la primera residencia

Tiene cuatro años, se llama Bruno, es un niño muy curioso por lo que es peligroso dejarle cerca de objetos con los que pueda dañarse. Es capaz de palpar cualquier cosa con sus manos o saborearla dentro de su boca aun cuando se trate de una piedra o del más inesperado juguete.

Lleva tiempo juntando sílabas, puede leer palabras sueltas. Hoy, de la mano de su madre, Clara, se acercan a un edificio alto, de ladrillo rojo, de grandes ventanales y con un gran cartel en la cornisa superior. Se ha parado en seco, clavado en la acera ha obligado a su madre a dar un traspié que casi le lanza al suelo.

-¡Resi … den … cia! –grita con alegría.

-¡Residencia, residencia, residencia!, repite sucesivamente.

-Por Dios, Bruno, no grites, casi me tiras –le reprende su madre.

-¿Vamos a entrar en ese sitio? –pregunta.

-Si claro –le responde ella, al tiempo que tira de él para reanudar su marcha.

-Vamos a ver a tu abuela, ella ahora vive aquí.

-¡Mira mamá! –señala con el dedo en dirección a un cartel sobre la puerta de acceso. ¡Residencia! –vuelve a leer en voz alta.

-Si hijo, sí, pero no grites –vuelve a repetirle ella, bajando de modo manifiesto su tono de voz.

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La abuela de Bruno lleva dos semanas viviendo en esa Residencia que ella misma eligió. Parece ser que justifica esta decisión porque según dice “es mayorcita para saber cuándo una es un problema”. Un domingo que salió a dar un paseo se perdió, no sabía regresar a su casa, fue “la gota que colmó el vaso”, dijo, y “eso me sirvió para saber que era el momento de tomar una decisión”. Aseguró a su hija, la mamá de Bruno, que una Residencia era una buena solución y que se acostumbraría rápidamente, además, “el hecho de que viva en la Residencia no significa que tenga que cerrar mi casa”, le comentó con falsa firmeza.

Visita a la residencia de la abuela

Hoy es sábado y Bruno no tiene colegio por lo que su madre le ha traído a visitar a su abuela. Ya están en el interior, es un lugar con pasillos amplios y espacios despejados a modo de pequeños salones donde personas mayores sentadas en sofás o en sillas de ruedas, hojean revistas aunque, en la mayor parte de los casos, esperan la llegada de cualquier visita, propia o ajena, que les saque del ensimismamiento. Y Bruno es lo más parecido a una atracción. Sus cuatro años y su recién estrenada capacidad lectora son sin duda un elemento distorsionador al silencio allí reinante. Un cartel sobre una puerta, un anuncio en una pared y un mural de actividades son leídos con voz infantil en tono de altos decibelios.

-¡Sala de Música!. ¡Comedor!. ¡Cine Casablanca!. ¡Horario gi …gi…nasio!.

-Por favor, más bajito, que estás molestando, en una Residencia no se puede hablar tan alto, -vuelve a insistirle su mamá.

Bruno, que no le ha prestado ninguna atención, se ha soltado de su mano y corriendo se ha dirigido hacia un sofá en donde ha visto a su abuela.

-¡Abuela!, ¡Abuela!, ¿dónde está Perla? –ha gritado.

Mientras que madre e hija charlan, Bruno no parece entretenerse con los dos coches que hace girar sobre el asiento de una silla y constantemente pregunta por Perla, la gata gris de su abuela.

-Bruno, ya te lo he dicho, Perla está en casa pero vendrá a vivir aquí conmigo, dormirá en mi habitación y podrás estar con ella todo el tiempo que quieras cuando vengas a visitarme –le ha respondido su abuela.

-¡Mamá, mamá!, nos quedamos aquí hasta que venga Perla, quiero jugar con ella, he traído mis dos coche, ella juega a meterlos debajo de la cama –suplica Bruno.

-Bruno, otro día que vengamos. Anda, ahora, vamos a la cafetería y merendamos con la abuela.

Camino de la cafetería han pasado por el dormitorio de Amalia, es el nombre de la abuela de Bruno.

-Amalia Posada Santos. Eres tú abuela, ¡Amalia Posada Santos! –ha leído Bruno, el cartel de la puerta del dormitorio.

-Bien, bien. Eres un nieto muy guapo y muy listo –le dice la abuela y al tiempo que festeja a Bruno, se ha inclinado y le ha besado en la frente.

-Abuela ¿vamos a quedarnos aquí a esperar a Perla? –ha preguntado Bruno.

-No cariño, aún tengo que hablar con el director de la residencia, Perla no puede venir sin permiso. Pero vamos tenemos que merendar, tengo mucha hambre ¿tú no tienes hambre? –le ha preguntado.

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La cafetería amplia, limpia y aséptica, como la de cualquier residencia para personas mayores, no tiene ningún aliciente para Bruno que parece aburrido y ensimismado. Se ha guardado los dos coches en los bolsillos de su pantalón y se mueve pensativo de un lugar a otro, sentándose de silla en silla. Dos veces ha intentado que su madre le prestase atención pero ella habla con la abuela sobre ropa, faldas, blusas, etiquetas …. Nada que Bruno entienda o le interese.

-¡Mamá! ¿Dónde está el niño?. No le veo –ha preguntado la mamá de Bruno al tiempo que se ha puesto en pie. Estate aquí mamá, voy a ver si está ahí afuera.

La residencia y sus aventuras

Ha recorrido los pasillos hasta la entrada de la calle y no ha encontrado rastro de su hijo. Madre e hija han comenzado a ponerse nerviosas, se han acercado hasta el dormitorio de Amalia pero allí tampoco han visto a Bruno. Un cierto ajetreo comienza a surgir alrededor de las dos mujeres. El personal de recepción, de cafetería y algunos residentes que han seguido los hechos, comienzan a dar ideas sobre dónde puede estar. Quizás salió a la calle, quizás subió las escaleras y se perdió, … Dos veces han regresado al dormitorio de la abuela y nada, no hay rastro de Bruno.

Mientras, Bruno permanece en su escondite, con un coche en cada mano y con los puños muy apretados. Está muy incómodo porque el hueco en el que está es muy extraño, él está metido entre dos barras de hierro pero no piensa moverse, ni contestar a las llamadas de su madre y de su abuela. Han estado casi a punto de descubrirle, dos veces se han acercado mucho, llamándole y diciendo que ya habían terminado de merendar y que él y mamá tenían que regresar a casa, eso lo decía la abuela.

No va a salir de allí, sólo va a dejar de apretar los puños y rodar los coches cuando llegue Perla. Ella siempre se mete bajo la cama de la abuela y él entonces rodará los coches para que ella corra detrás. No va a hacer ningún ruido aun cuando le duele mucho una pierna y un brazo porque un hierro no le deja tumbarse y se le está clavando.

Ahora ha oído una voz de un señor, está al lado de su escondite y habla con su mamá, le da miedo que sea el dueño de la residencia, su voz asusta. Ahora le gustaría que su mamá le abrazase y le diese besos por toda su cara como siempre hace cuando está muy contenta y le quiere mucho. La voz del señor, cada vez, le da más miedo, está hablando muy alto, diciendo que la residencia no es responsable de que no se vigile a los niños, que aquello no es una guardería. A él se le están escapando las lágrimas, aquel señor grita, está regañando a su mamá, su abuelita sólo dice “por favor, por favor”.

Le duele mucho un brazo y no puede mover su mano izquierda, se le ha escapado uno de sus coches y se aleja rodando aunque apenas hace ruido, pues tiene las ruedas de goma, pero Bruno no puede ver donde ha ido a parar; ahora también aprieta sus ojos con mucha fuerza, los cierra fuerte para que nadie le pueda ver. Contiene la respiración con los puños y los ojos muy, pero muy, apretados.

La conversación continúa por encima de su cabeza entre el señor, su abuelita, su mamá y otras voces, que parecen de dos señoras. Oye abrir y cerrar un armario y unos cajones y una puerta y otra puerta. Él apenas puede respirar pero no va a salir de allí hasta que no venga Perla, entonces soltará el otro coche para jugar.

-¡Miren, miren esto!. Bruno ha escuchado una voz de mujer. ¿De dónde ha salido este cochecito?.

-Bruno, hijo ¿Dónde estás? ¿Me escuchas? –es la voz de su mamá que está triste, esa voz sólo suena así cuando está triste.

-Cariño, soy mamá. La abuelita y yo estamos preocupadas. Contestanos.

Bruno escucha como muchos pies se mueven muy rápido por toda la habitación. Tiene mucho calor en su frente pero no deja de apretar sus puños y sus ojos.

-¡Por favor!, miren donde está, pero ¿cómo ha podido meterse ahí? –Bruno escucha la voz de ese señor que no le gusta. Tranquilo niño, tranquilo, vamos a sacarte de ahí. ¿Cómo es posible, por dios, entre las barras articuladas de la cama?. Vamos con cuidado, que no se dañe.

Contiene la respiración con los puños y los ojos muy, pero muy, apretados.

Después de la residencia la rutina

Bruno ya tiene el pijama puesto, ha tomado su baño de todas las noches y tras cenar, se encuentra en la cama. Tiene un rasguño en la muñeca de su mano izquierda, se lo hizo al deslizarse por la barra debajo de la cama de su abuela en la residencia, se puso muy nervioso y no obedeció al señor que le decía que no se moviese, tenía mucho miedo.

Piensa en el hipo que le entró, siempre la pasa eso cuando llora mucho. Su mamá no podía pararle, el hipo no se le iba y se le fue porque ella le llevó a ver a Perla a casa de su abuelita. Su abuela dijo que era una buena idea y que así podría comprobar que estaba bien, pero lo cierto es que no estaba bien, estaba muy triste y maullaba y miraba a Bruno y jugaba con sus coches.

Aquel señor de la residencia había puesto cara de susto cuando Bruno dijo que estaba esperando a que Perla fuese a dormir allí. “Aquí no pueden venir gatos” –dijo muy serio y antipático. Ahí fue cuando le entró más hipo y más llanto.

Ahora está tranquilo. Perla está en su camita al lado de la suya. Le ha dejado sus dos coches para que duerman con ella. No sabe si Perla tiene hipos cuando tiene miedo y llora, pero ahora que ella a dormir con él en su habitación, va a poder averiguarlo.

 

ANÁLISIS – CUIDADO MAYOR

En este corto y emotivo relato se nos presenta la pequeña aventura de Bruno al visitar a su abuela en una residencia. Supone un ejemplo perfecto de cómo el elegir una residencia afecta de forma diferente a todos los protagonistas implicados, desde la abuela hasta el nieto.

De este modo, encontramos que, en muchas ocasiones el decantarse por internar a nuestros mayores en una residencia puede suponer un trauma para estos y para todos los afectados. La pérdida de relación con su entorno, su hogar, familiares y amigos puede afectar negativamente al estado emocional.

Esto se traduce muchas veces en la aparición de cuadros depresivos y de estrés. Es por eso por lo que cuando creemos que nuestros mayores necesitan una ayuda extra, lo mejor es pensar en cuidadores y cuidadoras a domicilio. Este tipo de ayudas reducen considerablemente la posibilidad de depresión y estrés en la vejez. De igual manera, esto permite un mayor contacto con ellos y no llegar a desgastar los lazos de unión familiares.

Te invitamos a pensar la manera en la que sería distinto este relato si Bruno fuese con su madre a visitar a la abuelita y a Perla a su propia casa. Un espacio que conocen y en el que están cómodos.

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